miércoles, 27 de mayo de 2015

Los 80 del abuelo...



En la cara algunos surcos nuevos,
huellas de sonrisas que han dejado su marca,
también alguna que otra lágrima
de esos golpes duros,
inevitables del paso por la vida.
La esperanza y la desesperanza,
la vida y el dolor de los que se van,
la familia y los amigos,
el amor de los hijos
y la admiración de los nietos.
En las manos se hace notar el trabajo.
El trabajo duro de tantos años,
el frio de los inviernos en el campo,
el esfuerzo de toda una vida.
80 años no son pocos.
El cuerpo los lleva a cuestas y se notan,
pero no se notan tanto…
Detrás de las arrugas incipientes,
hay un alma entera,
un corazón noble,
un hombre honesto, sencillo, sensible,
hay un padre que luchó por sus hijos,
un abuelo que se sensibilizó por sus nietos,
una gran persona que apuesta a la vida,
80 años recorridos…
80 febreros que han quedado atrás.
Tragos dulces, amargos,
alegrías y penas…
80 años de pie para seguir viviendo,
para seguir transitando…


miércoles, 11 de julio de 2012

Que cosa reclamo si no se leer y nadie me hace caso...


Llegaron los soldados y nos llevaron, somos insignificantes, analfabetos, nadie requiere nuestra presencia.  Cuando nuestras familias notan que no estamos hacen la denuncia, algún vecino recoge nuestros hijos hambrientos y se encarga de ellos.
Pero nadie puede reclamar por nosotros, porque los soldados vuelven y los asustan, y ellos también desaparecerán. La muerte nos toca a todos, y los pobres solo queremos saber dónde quedan los cuerpos de nuestros vecinos.
Somos analfabetos, no conocemos la ley y ellos se aprovechan de eso, esto es una forma de cómo en nuestro país son pisoteadas las libertades democráticas. A nuestra desaparición no la causan ellos, la justifican como una muerte en un enfrentamiento con el ejército.




Adaptación de un capítulo del texto "Los Desaparecidos"- Elena Poniatowska

-1976-

1976 un año de cambios profundos en la historia del país, se destituye al gobierno democrático de María Estela Martínez de Perón, los militares ocupan el poder y ponen en marcha un Plan de Reorganización Nacional que constaba de una represión absoluta de todo aquello que impidiera lograr sus objetivos. Censura a la prensa y seguimiento de cada acción que llevaban a cabo periodistas e intelectuales.
No se podía decir lo que se sabía, lo que se veía, no se podía hablar de la realidad. Ellos marcaban la agenda de los temas que se tenía que hablar en los medios, esto era una manera de mantener al pueblo ajeno a lo que estaba pasando. La desinformación significaba debilidad, y el manejo de la misma, poder.
Los periodistas que se animaban a hablar eran pocos, y entre ellos estaba Rodolfo Walsh, fiel a su estilo y convicciones como profesional, no dejo que el miedo lo callara y siempre que pudo informó la realidad tal como era. Denunció cada una de las atrocidades que llevó a cabo el gobierno militar, desapariciones, secuestros, fusilamientos, además de los cambios en la economía del país.
Al cumplirse el primer aniversario de la Junta Militar escribe una carta sin guardarse nada, sabiendo lo que ello implicaría. Le entregó su vida a la verdad, a la profesión, a un país que él no le iba a mentir.


Texto de origen: Carta abierta a la Junta Militar
Relación con la situación política e histórica de la época

Creencias



Todas las culturas se identifican a través de símbolos, objetos, costumbres y creencias que son propios y propias de un grupo de personas. Esto quiere decir, que existen en el mundo infinitas culturas diferentes entre sí, lo que lleva a que haya distintas costumbres y creencias entre unas personas y otras.
Cuando se menciona la frase “creer es poder” se confirma que todo lo que nosotros anhelamos conseguir, se puede lograr.
Haciendo referencia a la veracidad o no, de los milagros y curaciones de Sai Baba, no podemos decir otra cosa, más que lo que aquello tenga de real dependerá de la creencia que nosotros tengamos en el personaje que la cultura oriental crea de él.
Múltiples investigaciones acusan a Sai Baba y argumentan la falsedad de su personaje, denunciando que el único fin de este “dios religioso” es su auto-glorificación y enriquecimiento, y aunque existan pruebas que confirmen, la fe y creencia de algunos es más fuerte.
En la mayoría de las culturas, la creencia que existe es en un dios que no está presente, quizás lo estuvo y por ese motivo surgen los templos o personas que profesan lo que ese Dios hacía o decía, y es en este momento cuando más de una vez ese círculo que profesa la palabra de dios tiene por encima de esa misión un interés económico y de prestigio.


Texto de origen: Dios Mío – Martín Caparrós

Sueños Perdidos


Era un invierno frío, de esos que congela los dedos y te deja inmóvil observando la escarcha en el agua, en aquel lugar vivía una familia humilde con sus pequeños hijos, su casa era de ambientes estrechos compuesta por dos habitaciones, un baño y una cocina comedor en la que había un hogar, y cada noche se reunían alrededor para atenuar el frío y entablar largas conversaciones sobre cómo enfrentar la crisis económica que estaban sufriendo. Llegaba el invierno y eran pollitos amontonados al lado del hogar, sus huesos sentían el frío y sus estómagos pasaban días estando vacíos.
La crisis los obligaba a tomar una decisión, los niños no podían seguir asistiendo a la escuela y al igual que las golondrinas ellos debían emigrar, aún eran pequeños, de test pálida, ojos prominentes que escondían lagrimas de tristeza y una contextura física delgada y débil, pero aún así en la ciudad se los esperaba para trabajar.
Acompañados por su padre y con un beso de su madre partieron a la ciudad con la esperanza de lograr una mejor calidad de vida y poder regresar, algún día, a su nido familiar.
Al llegar, su padre los dejó con un señor que prometía brindarles bienestar, un lugar para dormir, comida y todo lo que necesitaran a cambio de algunos trabajitos. Pero claro, nadie preguntó a qué tipos de trabajos se refería. La mañana siguiente, los niños despertaron y fueron llevados a un lugar donde comenzaría su jornada laboral. Allí los recibieron y le asignaron a cada uno un trabajo, increíblemente, esos cuerpo diminutos y débiles debían esforzarse para cargar grandes y pesadas bolsas llenas de cereal sobre sus espaldas, trabajar en construcciones, cavar pozos y hacer todo lo que a los señores de traje y corbata se les ocurriera.
Al caer el sol todos abandonaban sus puestos de trabajo y ellos al igual que hormiguitas debían permanecer allí un rato más. Ya entrada la noche los autorizaban a retirarse pero aún trabajando de esa manera el plato de comida que les habían prometido estaba ausente día tras día.
Los días eran fríos como aquel invierno en su pueblo y aunque se aproximaba la primavera en sus miserables vidas no existían ni flores, ni colores. Lejos de su familia, explotados laboralmente y sin la posibilidad de escapar de la cruda realidad que les tocaba y que estaba muy aislada de lo que ellos soñaban. Sus ilusiones se desplomaban como las hojas en otoño, el alma se les estremecía y el corazón mantenía su dureza para no quebrar.
Eran niños que tuvieron que hacerse grandes, se separaron de su familia en busca de un bienestar que nunca lograron. Es una dura realidad que nos rodea, no todos la ven pero existe; gente con poder que abusa de los inocentes, los más débiles que terminan convirtiéndose en la presa fácil de aquellos que se creen rey de la selva.


Estilo texto de origen: Ángeles de una noche – Elena Poniatowska




EL PODER... ES PODER


Los afectados fuimos todos, o quizás el conflicto nos involucraba a todos. Una suba de impuestos hizo estallar un sector de la sociedad, el país entero se vio movilizado, las medidas afectaron el movimiento de cada uno de los argentinos, y algunos nos preguntábamos ¿quién era el culpable?
Uno de los fundamentos que justificaba el aumento de las retenciones, era obtener una mayor recaudación, frenar la inflación y continuar con la misma línea para la que el gobierno venía trabajando, lograr una sociedad más equitativa.
Pero fueron muchas las voces y los golpes que vivió la sociedad también. Pequeños, medianos y grandes productores tenían su cuota de razón para defender lo suyo, su campo, sus tierras, su razón de ser. El trabajo de sus antecesores, de ellos y de las generaciones venideras, no permitieron la medida.
¿Y el resto? ¿Quiénes somos el resto? Ante estas preguntas algunas respuestas eran: “el país vive del campo”, “el campo somos todos”, “hay que redistribuir las riquezas”, “una sociedad más justa”, entre otras. Todos nos vimos afectados por la medida, pero no a todos se nos escucha cuando reclamamos.
El campo es un sector de poder, hace crecer al país, es la base de nuestra economía, pero al campo no sólo lo trabaja su dueño. Existen los empleados, ellos cargan con mucho más que 8 horas diarias de jornada laboral, y el día domingo, no siempre es día de descanso. Es su trabajo, y por él cobran un sueldo.
¿Sueldo?, Sí sueldo en fin. Pero ni el gobierno ni los dueños de las tierras se acuerdan de fijarse si es suficiente como para que pueda vivir una familia “tipo” cubriendo todas sus necesidades, el INDEC seguro dice que sí.  Pero la realidad dice que no, y a eso no hace falta explicarlo.
Y si en el medio del conflicto preguntábamos ¿alguien se acuerda de lo que gana el empleado rural? La respuesta era: “lo que gane, también vive del campo,” pero nadie preguntaba si lo que ganaba por su trabajo le alcanzaba para vivir.









Estilo texto de origen: El terremoto de Charleston – José Martí

"Una trágica mañana"



Nadie lo esperaba, aquel día era uno como cualquiera, un día más de aquel septiembre cálido en que la brisa del viento y los rayos de sol que comenzaban a tomar fuerzas se unían para brindar un tibio clima a la jornada. El día transcurría de manera normal, los adultos corrían al trabajo, los niños a la escuela y los ancianos salían a la plaza o al jardín de su casa a disfrutar de un día primaveral.
Yo me encontraba en el patio de casa podando los rosales de mamá, cuando de un momento a otro un fuerte, intenso y estruendoso ruido llamó mi atención. Nadie lo hubiese imaginado. El pánico se apoderó de mi cuerpo, la predicción del fin del mundo parecía hacerse realidad para algunos y yo sin saber qué hacer, no podía reaccionar ante lo que estaba sucediendo.
Corrí hacia la calle y me detuve viendo como la tranquilidad de aquella tarde de septiembre se había convertido en un verdadero caos; la gente, desesperada, corría pidiendo ayuda a gritos, los niños lloraban asustados otros quedamos inmóviles, paralizados, observando cómo se desplomaba la torre de la guardería municipal.
Aquel edificio que nos cobijó en nuestros primeros años de escuela estaba sufriendo su final, nadie sabe el motivo por el que las paredes comenzaron a rajarse, con el paso del tiempo fue cada vez más, y nadie hizo nada para detenerlo, y finalmente llego el día que las grietas no soportaron la construcción y ésta se vino abajo. Lo estaba viendo, y no lo podía creer, mis ojos inquietos miraban de lado a lado tratando de evitar la realidad pero era en vano, la guardería del pueblo se estaba cayendo y había niños en riesgo.
Aquella mañana se estaba convirtiendo en trágica, todos nos movilizamos para ayudar y socorrer a los niños que quedaban dentro del lugar y otros que estaban siendo atrapados por los escombros. Bomberos, policías y toda la gente del pueblo actuó para rescatar a esas criaturas que no lograban entender lo que estaba sucediendo.
Las paredes seguían cayendo, varios pisos se desplomaron por completo y otros quedaban al descubierto después de perder alguna de sus paredes laterales. Se estima que en ese momento cincuenta niños, entre tres y cuatro años, poblaban aquel edificio que de un momento a otro se hizo polvo y se convirtió en una montaña de escombros. Nadie lo puede explicar pero sucedió. De un momento a otro aquel día se volvió gris.

Estilo del texto: Triunfó el valor de mostrar el propio pánico – Carlos Monsivais