Nadie lo esperaba, aquel día era uno como cualquiera, un día
más de aquel septiembre cálido en que la brisa del viento y los rayos de sol
que comenzaban a tomar fuerzas se unían para brindar un tibio clima a la
jornada. El día transcurría de manera normal, los adultos corrían al trabajo,
los niños a la escuela y los ancianos salían a la plaza o al jardín de su casa
a disfrutar de un día primaveral.
Yo me encontraba en el patio de casa podando los rosales de
mamá, cuando de un momento a otro un fuerte, intenso y estruendoso ruido llamó
mi atención. Nadie lo hubiese imaginado. El pánico se apoderó de mi cuerpo, la
predicción del fin del mundo parecía hacerse realidad para algunos y yo sin
saber qué hacer, no podía reaccionar ante lo que estaba sucediendo.
Corrí hacia la calle y me detuve viendo como la tranquilidad
de aquella tarde de septiembre se había convertido en un verdadero caos; la
gente, desesperada, corría pidiendo ayuda a gritos, los niños lloraban
asustados otros quedamos inmóviles, paralizados, observando cómo se desplomaba
la torre de la guardería municipal.
Aquel edificio que nos cobijó en nuestros primeros años de
escuela estaba sufriendo su final, nadie sabe el motivo por el que las paredes
comenzaron a rajarse, con el paso del tiempo fue cada vez más, y nadie hizo
nada para detenerlo, y finalmente llego el día que las grietas no soportaron la
construcción y ésta se vino abajo. Lo estaba viendo, y no lo podía creer, mis
ojos inquietos miraban de lado a lado tratando de evitar la realidad pero era
en vano, la guardería del pueblo se estaba cayendo y había niños en riesgo.
Aquella mañana se estaba convirtiendo en trágica, todos nos
movilizamos para ayudar y socorrer a los niños que quedaban dentro del lugar y
otros que estaban siendo atrapados por los escombros. Bomberos, policías y toda
la gente del pueblo actuó para rescatar a esas criaturas que no lograban entender
lo que estaba sucediendo.
Las paredes seguían cayendo, varios pisos se desplomaron por
completo y otros quedaban al descubierto después de perder alguna de sus
paredes laterales. Se estima que en ese momento cincuenta niños, entre tres y
cuatro años, poblaban aquel edificio que de un momento a otro se hizo polvo y se
convirtió en una montaña de escombros. Nadie lo puede explicar pero sucedió. De
un momento a otro aquel día se volvió gris.
Estilo del texto: Triunfó el valor de mostrar el propio pánico – Carlos
Monsivais
No hay comentarios:
Publicar un comentario